LA PÁGINA DE LOS CORREDORES

Esos momentos mágicos...

Esos momentos mágicos...

Cada tanto, todo corredor llega a un punto en el que se pregunta: ¿por qué corro? Y con corredor no me refiero a elites, sino a cualquier persona que con cierta regularidad se ponga las tenis y salga a luchar contra su yo interior zancada tras zancada, aunque sea a 15 minutos por kilómetro.

Ese momento es crucial. Lamentablemente no sabemos cuándo sucederá ni las circunstancias en las que saltará la pregunta. Es imposible saber qué respuesta nos daremos en ese instante en el que la psique atenta contra nosotros. Pero es importante saber que, al final, siempre vale la pena seguir corriendo.

Este no es un discursito motivacional bajo el gastado lema del Sí Se Puede. No, amigo lector, si querés pará de correr hoy mismo. Y te lo digo, correr a veces duele. A veces da la pereza más inmensa luchar contra la madrugada simplemente para cumplir con unos kilómetros más. A veces también nos va muy mal y siente uno que las bajadas son cuestas y que las cuestas son imposibles. A veces llegan largos silencios en los que no se ve ningún progreso evidente. Correr, también, implica a veces quedar hecho leña el resto del día debido al esfuerzo o saltarse algún abundante desayuno familiar por ir a hacer un fondo. Correr no es fácil. Al final de cuentas, hay que sudarla.

Pero entonces llegan esos raros momentos de gloria. Quizás una madrugada como tantas otras o una tarde en medio de la presa de carros. Lo único que se sabe de estos momentos es que llegan cuando les da la gana, y eso suele ser cuando uno menos los espera. Son poco comunes, quizás uno cada tantos meses si tenés suerte, pero quizás en vez de meses años. Cuando llegan, eso sí, y aunque duren tan solo unos pocos minutos, son suficientes para hacer que todo lo sufrido valga la pena.

Son momentos en los que adquirís una claridad mental privilegiada. Corridas en las que el cuerpo no estorba y el cansancio no es un problema porque todo fluye perfecto. Todo encaja en su lugar y se logra una sintonía que te permite correr a un ritmo impensado sin sentir fatiga. Y en ese instante, puede ser durante la corrida o en los minutos posteriores, te das cuenta de que sí, de que cada paso ha tenido un sentido y de que cada gota de sudor ha valido la pena, porque no hubieras alcanzado esa sensación de paz interna y satisfacción si te hubieras rendido antes en alguna parte difícil del camino.

¿Alguna vez has sentido algo así? Si aún no te ha pasado, esperalo con calma. Si ya lo has experimentado sabés de lo que estoy hablando y me darás la razón. En psicología deportiva este raro y privilegiado estado mental se llama “flow”, o flujo, en español, pero dejemos los detalles técnicos para una nota que publicaremos la próxima semana.

Por ahora solo quiero decirte que sí, que existen esos momentos que justifican el esfuerzo y el día a día que a veces se puede tornar tan tedioso. Y esos momentos hacen que todos los malos días que pasamos valgan la pena.

Eso sí, tenés que seguir corriendo aunque cuando surja la pregunta fatal no encontrés respuestas evidentes. ¿Por qué corro? ¿Por qué carajos sigo                                            corriendo? Aunque no entendás por qué, simplemente seguí haciéndolo. Al final, en algún momento, tendrás tu recompensa.

Entrénate